viernes, 5 de febrero de 2010

Carnaval y Memoria




Un breve recuerdo de lo que fue el Carnaval de los 500 Tambores por la Paz en la Población La Legua 2009.

En esta versión el epicentro estuvo en La Legua Emergencia... sí, ahí donde los "narcos", el abuso policial, la violencia, los "choros", las balas y los autos del año conviven con el esfuerzo, el trabajo, la esperanza y la lucha diaria por un mundo distinto -mejor-.
Es extraño ver como la musica, el baile, el canto, los malabares y los colores pueden transformar un espacio. Aquel día La Legua se embelleció como nunca antes la vi: feria de organizaciones sociales en plaza Salvador Allende (frente a la San Cayetano), teatro infantil, luego un foro con profesionales, pobladores y organizaciones sociales de base, almuerzo, pasacalle hasta la "emergencia" y ahi el escenario central... musica popular, hip-hop, pachanga y cumbia para la alegria.
Un día sin duda muy especial, no hubo balas ni caras feas, los legüinos sabían que era su día y que quien estuviera ahí construyendo el mismo, era bienvenido. Los aplausos, los rostros de felicidad de niños/as, jóvenes y adultos eran la máxima satisfacción para quienes pusimos nuestro grano de arena en el Carnaval.
Seguramente hay que mejorar muchisimas cosas en el trabajo social y político dentro de La Legua, no cabe duda, sin embargo estas demostraciones del quiebre en la lógica muchas veces brutal y descarnizada de la "emergencia" demuestra que cuando hay trabajo, dedicación y apertura al bien común, colectivo y popular, las cosas resultan hermosas, llenas de energía y amor.

Un abrazo grande a la población que me acogió un año, a sus hombres y mujeres, a su trabajo y a su historia llena de experiencias que vale la pena conocer y rescatar, escuchando a la vecina de la panadería de Toro y Zambrano, al "Juanito" y la "Vanesa", a las tias del Jardín, al "Lulo" y al "Chico Jaime"... en fin, tanta gente que construye el mundo popular a pulso, con sudor, lagrimas, piteadas y combos; un mundo popular que le da sustento a nuestra cultura, a lo que somos hoy y a lo que seremos mañana: porque la memoria aquí persiste, molesta e inquieta, busca un punto de salida, divide y reclama; en definitiva, una memoria que vive y que no puede desaparecer... he ahí el desafío.

Sebastian Seguin Peña

miércoles, 3 de febrero de 2010

Chile 3* - Wall Mapu 0
O el espectador como imposibilidad.

Al igual que un importantísimo partido de nuestra querida selección chilena de fútbol –por la cuál, la mayoría es hincha sin mayores tapujos- hoy asistimos a un hecho que tiene todo lo mediático de un partido de la selección, pero que no entretiene ni menos implica un orgullo patriótico, sino que más bien, preocupa de sobremanera y exige a lo menos un interés por acercarse a comprender lo que está ocurriendo con suma urgencia, dada las características que determinan el mismo: me refiero al denominado “conflicto mapuche”.

Ahora bien, más allá de lógica panfletaria con la cual se suele visibilizar este conflicto social, lo central creo que es preguntarse: ¿por qué nos debe importar un fenómeno social como este?, cuestión a la cual yo respondería con un: ¿y por qué no? Si coincidimos en que un fenómeno social como este –el conflicto mapuche- es un problema social, todos y cada uno de nosotros, debería decir algo al respecto, informarse y asumir una posición frente a los hechos. Tal cual uno debería hacerlo frente a la situación de pobreza, exclusión, delincuencia, marginalidad, consumo de drogas, etc. en la cual gran parte de la población nacional se ve inmersa o al menos en relación con. En este sentido, parece ser que todos los ciudadanos chilenos siempre tenemos y podemos decir algo respecto a este tipo de problemáticas –pobreza, exclusión, delincuencia-, sin embrago, cuando aparece el conflicto mapuche, la mayoría hace una “finta” y el problema pasa por un costado, como si no existiera o no valiera la pena acercarse a el –tal como se asume una posición de adelanto u “off side”-.

Hoy en el sur de nuestro país (octava y novena región particularmente), se realizan constantemente allanamientos y ataques contra comunidades mapuches, con la brutalidad y el poder de fuego necesario para realizar un asalto militar a un campamento enemigo; dónde los más perjudicados dada la asimetría inherente al conflicto, son las comunidades y quienes las habitan: niños y niñas, hombres y mujeres, weichafes, werkenes, machis, lonkos, etc., los mismas que vivencian y padecen asfixias por gases, pérdidas de miembros de su cuerpo por impacto de perdigones, estrés y traumas psicológicos por detenciones realizadas con abuso de poder, por amenazas de muerte e incluso, torturas, al más puro estilo dictadura militar.

Claramente, el “Fair Play” para con los mapuches y sus comunidades no tiene cabida en los operativos que realiza carabineros, la PDI o el Ministerio Público, pues siempre hay en ellos una justificación judicial de por medio y además, lamentablemente, parece ser que da lo mismo si estos sujetos son habitantes de un territorio común; da lo mismo si ellos estaban en este lugar muchos años antes de que llegara el español; da lo mismo si los engañaron para comprarles sus tierras; da lo mismo que sigan muriendo comuneros; da lo mismo que la cifra de heridos aumente significativamente; da lo mismo que la UNICEF pida explicaciones; da lo mismo que la Corte Interamericana de DDHH se pronuncie; en definitiva, parece ser que da lo mismo que sean otra cultura (muy distinta a la nuestra) y que tengan demandas tan justas, como lo son para nosotros que baje el precio del pan o que se aumente el sueldo mínimo.

Los mapuches hoy, al igual que ayer, van perdiendo el partido, no por que no sean talentosos o estén mal dirigidos (no necesitan un Bielsa), sino que van perdiendo porque quienes estamos de espectadores en este gran encuentro que lleva más de 400 años, no hacemos nada. Sólo somos eso: espectadores. Aún cuando hay muertos, heridos y una institucionalidad ciega, sorda y muda, que no quiere (o no puede) hacerse cargo de una situación como ésta.

Los mapuches hoy no escuchan cantar y alentar a nadie dentro del estadio; dentro de el, los únicos que alientan son los rivales, pues para entrar al estadio hay que tener dinero y tiempo. Afuera del recinto, están quienes alientan y trabajan codo a codo para que las problemáticas se resuelvan: para que las tierras se devuelvan, para que nadie más pierda un ojo o reciba cien perdigones en una pierna, para que ningún niño vuelva a ser amenazado con tirarlo al vacío desde un helicóptero, para que las aguas no se sigan contaminando.

En buenas cuentas, nos debe importar el conflicto mapuche pues está aquí cerca, a no muchas horas de viaje, en definitiva, porque somos parte de un mismo territorio, porque en alguna medida todos tenemos algo de mapuche: recordemos que somos mestizos. Nos debe importar porque somos ciudadanos de este país de bicentenario, el cual en sus contradicciones y en su obsesión por el progreso, deja ver los problemas sociales que todos conocemos, por los cuales hay que hacer algo concreto y dónde el conflicto mapuche se yergue como uno central, que demanda más que espectadores, aguateros, utileros y kinesiólogos, aunque también: periodistas, paramédicos y abogados, entre otros. A mi juicio, sólo de esta manera se puede intentar dar solución a problemas como estos: haciéndonos parte del mismo, reconociendo que está ahí, que molesta, que preocupa y que por lo tanto, hay que hacer algo con el.

Sebastián Seguin Peña
Octubre 2009

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* El número 3 responde a algunos comuneros mapuches asesinados –lo más conocidos mediáticamente- en los últimos años durante enfrentamientos con Carabineros de Chile, a saber: Alex Lemún, Matías Catrileo y Juan Mendoza Collío.